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domingo, 28 de julio de 2013

Brasil, Las Jornadas Mundiales de la Juventud. Resumen del viaje de un Papa que rechaza el poder absoluto

Fiéis em vigília na Avenida Atlântica, em Copacabana Foto: CHRISTOPHE SIMON / AFP
Avenida Atlántica, calle que bordea la playa de Copacabana, bien entrada la noche del sábado. O Globo
Existen momentos, muchos a lo largo de la vida, en que las personas debemos dejar nuestra mente en blanco y aceptar que entren en nuestro almacén, en nuestro archivo de ideas y opiniones, nuevos aires, nuevos conceptos o visiones de cuestiones que pueden hacernos reflexionar y hasta cambiar a veces nuestra opinión o visión de algunas cuestiones, inclusive de aquellas que, de una manera consciente o inconsciente, consideramos casi dogma de "fe" personales.
El papa Francisco en su viaje a Brasil, donde tienen lugar las Jornadas Mundiales de la Juventud, está dando una visión renovada, una bocanada de aire fresco, a los paradigmas de la Iglesia Católica.
Algunas de sus frases, dichas frente a las autoridades del país, civiles o eclesiásticas, y especialmente frente a los jóvenes que le siguen en estas jornadas, deberían servir para cualquier creencia o ideología.
Otras, por su interpretación arriesgada, harían levantar de sus tumbas a más de un pragmático de la Iglesia e incluso algunos le condenarían a la hoguera por hereje.
El Papa tiene carisma, lo he podido ver en primera persona, refleja sencillez y honestidad y una naturalidad que pocos idolatrados personajes consiguen mostrar a su público.
Millones de personas han pasado horas y horas en la playa de Copacabana esperando su paso en un pequeño coche descubierto, o para acompañarlo en los diferentes actos de estas jornadas (algo que en principio me parecía inaudito, quizás por la costumbre de ver a políticos, futbolistas, cantantes y otros personajes famosos o idolatrados por un sector de la sociedad, pasando como dioses inalcanzables ante las multitudes como una obligación de su posición mediática).
A diferencia de otros personajes públicos, en los pocos instantes que pude observar el rostro de Francisco, la ternura y la humanidad transcendieron a través de sus ojos, de sus gestos, de su figura, y especialmente de sus palabras y, más allá de las diferencias, pude comprender por qué ha conquistado a millones de jóvenes (y no tan jóvenes) en todo el mundo.
Copacabana durante el acto realizado ayer sábado por la noche. Revista Veja

No voy a hablar de su opinión sobre las drogas, que sería discutible, o sobre otras cuestiones como el matrimonio gay, que también nos distancian considerablemente, o del papel de la mujer en la iglesia y en la sociedad, donde quizás las diferencias acusan el mayor grado de profundidad.
Lleva sólo unos meses de Pontificado, pero su estilo y sus declaraciones están dejando huella. Todos señalan al Papa Francisco como el responsable de haber traído nuevos y mejores aires a la Iglesia, y esto lo demuestra con sus palabras.
Así que quisiera circunscribirme a aquellas frases que me han acercado a su figura, como ser humano, independientemente de su posición político-religiosa.
"Los corruptos son un peligro ya que son adoradores de sí mismos. Sólo piensan en ellos y consideran que no necesitan a Dios" (yo añadiría que ni a pueblo). Frase dicha frente a unos políticos que durante semanas están viendo como el pueblo brasileño les acusa de corrupción saliendo a la calle casi diariamente.
"Los alimentos que se tiran a la basura son alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre". Ésta, como las dos siguientes, la dijo en un encuentro con ciudadanos de una comunidad carente (favela).
"Los derechos humanos son violados no solo por el terrorismo o la represión, sino también por las condiciones de extrema pobreza y estructuras económicas injustas, que originan las grandes desigualdades".
"No hay esfuerzo de pacificación duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma".
Otras de sus frases fueron:
"El dinero tiene que servir, no gobernar".
"No se cansen de trabajar por un mundo más solidario".
"La Iglesia católica tiene que ser consciente de la importancia de la amistad y del respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas"
"La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad".
"Al ateo no le diría que su vida está condenada, porque estoy convencido de que no tengo derecho a hacer juicios sobre la honestidad de esa persona".
"Los jóvenes tienen que salir y hacerse valer, salir a luchar por sus valores".
"Chicos y chicas, no entren en la fila de la historia, jueguen en la línea de frente. Construyan un mundo mejor".
"Los jóvenes en la calle, esos que llevan saliendo día tras día en diferentes países, son los protagonistas del cambio. No permitan que otros les quiten el protagonismo". En relación a las manifestaciones que se han sucedido en Brasil y en otras partes del mundo, donde los jóvenes son protagonistas.
Todas son frases que reflejan un cambio significativo con siglos de tradición, con la visión de una iglesia cerrada, alejada de las necesidades y circunstancias del mundo actual.
En un artículo, Juan Arias, corresponsal de el periódico español El País, se preguntaba, "¿Por qué el papa Francisco está fascinando tanto a los jóvenes?". En el mismo decía, "Les gusta porque es diferente de los personajes del poder que ellos conocen y abominan. Dicen que Francisco “simplifica” las cosas, que para él menos es más". Quizás es porque se pasea entre actos oficiales en un pequeño fiat, y no en un coche de alto lujo. Como continúa diciendo Juan Arias en su artículo, "Cansados de las hipocresías y del despilfarro de los hombres del poder, se sienten atraídos y enloquecidos viendo a Francisco recorrer las calles de Río en un coche utilitario, sin blindar, con la ventanilla abierta. Lo ven sin miedo a morir, algo que excita a los jóvenes. Y aprecian de Francisco el que sea un papa con “cuerpo”. No es un espíritu ni un ángel. No tiene miedo de besar ni de abrazar. No rechaza el tacto de los cuerpos.
Intuyen que Francisco no es un actor ni un hipócrita, que no exige lo que él no es capaz de hacer, que es consecuente con sus palabras. Lo ven despojado, cariñoso, tierno y al mismo tiempo severo, empezando consigo mismo. Cuando supo que querían contratar al chef de cocina de un lujoso y mítico hotel de Río, el Copacabana Palace, hizo saber que prefería que las monjas le cocinaran arroz, frijoles y pan de queso, bien a la brasileña".
Nuevamente el Papa, en la reunión con los jóvenes en la noche brasileña del sábado, les dijo "Haced lío, salid a las calles, no os dejéis excluir". Y aprovechó para criticar a aquellos que persiguen a otros "por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel".
Lo que he visto en Río me ha sorprendido. Son millones de personas, con tantas banderas como países existen en el mundo. Jóvenes de África, Asia, Europa, Oceanía y, evidentemente, de toda América, desde Canadá hasta Argentina.
Peregrinos durmiendo por las calles, improvisando, ayudándose unos a otros superando las diferencias del idioma, cantando, riendo, disfrutando de un momento en que se sienten protagonistas, convocados por un hombre: Jorge Bergoglio o el papa Francisco.
El papa Francisco para ellos, inclusive para algunos no católicos, está intentando romper la barrera del "poder absoluto" y acercar el mismo, el poder, al pueblo.
"Nos parece sincero, no hipócrita" comentaba un joven espiritista que llegó a las JMJ de Río para conocer a Francisco: "Aunque no soy católico, me gusta ese señor tan sencillo a pesar de ser Papa", continuó diciendo para un periodista del periódico carioca O Globo.
No soy papista (ni creo que pueda serlo nunca), pero debo confesar -después de pasar la madrugada del sábado al domingo conversando con unos y con otros- que estos jóvenes, como millones de otros con diferentes creencias, con sus ideas, algunas muy diferentes de la mías, son una brisa de aire fresco que puede perderse si las instituciones -políticas, sociales y religiosas- no acompañan sus deseos de cambio.
Este acto, que algunos cariocas no católicos me describieron como emocionante, deja un sabor amargo por la irresponsabilidad y la falta de atención del gobierno de la ciudad con los peregrinos, que a estas horas -cuando estoy escribiendo estas líneas- se amontonan en la playa de Copacabana y en la Avenida Atlántica, ya que vieron modificado el local del acto final debido a la incapacidad del gobierno y el desinterés de una empresa, cuyo dueño es el empresario Jacob Barata, que no se preocuparon de adecuar el terreno -el llamado Campo da Fé- tras la lluvias, y dejando bien patente que el gasto realizado en la preparación del mismo no ha sido consecuente con el estado en que quedó tras las lluvias de días atrás. Este terreno fue cedido por Jacob Barata a cambio de una licencia ambiental (que debería ser derogada) de explotación comercial del mismo, y de que el ayuntamiento de la ciudad de Rio de Janeiro cargara con el coste de acondicionarlo para el acto de las JMJ.
Estado del que sería local para la misa del domingo, Campo da Fé.

Pero, al final, ese incidente no ha condicionado las jornadas ni el ambiente que ha reinado durante estos días en el carioca barrio de Copacabana.
"Vosotros, queridos jóvenes, poseéis una sensibilidad especial frente a las injusticias, pero muchas veces os desanimáis con noticias de corrupción, con personas que, en lugar de buscar el bien común, buscan su propio beneficio", les ha dicho el Papa, quizás mirando hacia los dirigentes de la propia tierra que le acoge estos días, y luego desviando su mirada hacia sus propios paisanos del sur, y luego, lógicamente, hasta más allá del océano que riega la hermosa playa de Copacabana.
También es digno de remarcar que, algo inaudito en Brasil, todo se ha desarrollado sin ningún incidente grave. Lo cual sorprendió hasta a los propios policías que cuidan del descanso de los peregrinos: "Esto es increíble. Es una sensación que en todos los años que llevo como policía nunca había vivido. Esta paz es impresionante", me comentaba uno de ellos bien pasada la noche, mientras se escuchaban los cantos de algunos jóvenes, que aguantaban despiertos, mientras otros ya descansaban.
"Comparada con nuestras noches habituales, ésta hasta parece un día de "folga" (descanso)", me decía otro, fusil en ristre, mientras conversaba con otros compañeros.
No puedo dejar de mencionar el fanatismo, cuestión preocupante, de algunos jóvenes con quienes conversé. Uno de ellos, de 27 años y de nacionalidad española, me comentó que esta era la cuarta jornada a la que asistía, pues ya había estado en Colonia (2005), Sidney (2008), Madrid (2011) y la actual. Pero lo interesante, o preocupante, fue su comentario, "Allá donde el Papa me convoque, yo voy", afirmación a la que asintieron otros compañeros, españoles y mexicanos, que estaban con él. ¿Hasta donde irían estos jóvenes convocados por cualquier Papa?, "hasta el final" me respondió uno de ellos.
Una hermosa fiesta está llegando a su fin en Rio de Janeiro -independientemente de las ideologías de cada uno- que dejará una huella imborrable en esta ciudad, como en millones de seres humanos, y espero que la misma sirva para que los cientos de miles de jóvenes presentes, junto a otros cientos de miles con las mismas inquietudes pero diferente fe, impulsen un cambio que el mundo necesita con urgencia, y no se dejen arrastrar por intereses ajenos a lo que hoy están practicando con su presencia en estas Jornadas Mundiales de la Juventud: la igualdad social.
Todavía el papa Francisco dejó una perla, antes de partir rumbo a Roma, a la hora de tratar el perfil que debe de tener un obispo: "El obispo debe conducir, que no es lo mismo que mangonear. Los obispos han de ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan ‘psicología de príncipes'".
Y eso sirve para obispos, políticos, dirigentes, empresarios, con sus lógicas diferencias, etc. De esta manera reafirmaba su apelo, efectuado durante los actos de las JMJ, a la responsabilidad social y la honestidad de gobernantes, empresarios y autoridades institucionales en general.
El reto está ahi ¿alguien lo cogerá?.
Todavía, en el avión que le llevaba de vuelta a la capital de Italia, nos dejó una última frase que merece nuestra reflexión: "Si una persona es gay, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla". Para añadir, "No se debe marginar a personas de esa orientación".

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